7 cosas que me pasaron el día que fui sola a una cafetería

LIFE

Aunque siempre he sido una chica muy independiente y muchas veces he hecho planes sola cuando me ha apetecido (ir al cine, al teatro, un museo), tengo que reconocer que sentarme sola en un bar o en una cafetería a tomarme algo sin ningún tipo de compañía era algo que evitaba a toda costa. Y tenía que hacer frente a ese miedo.

Así que elegí el día más complicado y que más miedo me daba para plantarle cara a esta situación: una tarde de sábado. Elegir un lunes por la mañana e irme con mi portátil a una cafetería hubiese sido demasiado fácil y eso no era lo que quería; si hago las cosas, quiero hacerlas bien y voy con todo.

Eran las 19h de un sábado de marzo, había una buena temperatura en la calle y me estaba arreglando para irme a tomar algo a una cafetería muy popular de Malasaña. La primera duda llegó con el pintalabios. No quería arreglarme demasiado y mostrar que había empleado mucho tiempo en pintarme porque parecería que estar sola un sábado por la tarde tomando una cerveza era algo a lo que estaba acostumbrada. Quería que más bien pareciera que me había quedado sin planes en el último momento y de manera desenfadada me había bajado a que me diese un poco el aire. Aunque me pareció bastante patético pensar así (y me juzgué mucho a mí misma) no me puse más que un poco de colorete y un poco de máscara de pestañas.

El siguiente momento de pánico llegó nada más acercarme a la cafetería que había elegido. Como era de esperar, había gente haciendo cola para conseguir un sitio dentro así que iba a tener que hacer cola yo también para pedir una mesa para uno. Igualmente, respetando la distancia de seguridad, me puse en la fila a esperar que llegase mi turno. Y aquí comenzó mi aventura.

Estas son las 7 cosas que me pasaron el día que fui sola a una cafetería.

1- Escuché el temido «solo para uno». Con toda la gente haciendo cola en la calle para conseguir una mesa llegó mi turno y el camarero me preguntó dos veces, para confirmar, si la mesa era solo para uno. Nunca me había fijado en que las mesas más pequeñas de esa cafetería eran para cuatro personas. Ni siquiera había una mesa pequeñita para dos en la que yo pudiese ocupar menos.

2- La gente me miró mal. Para seguir con la mala suerte me pusieron en la primera mesa del local por lo que todo el mundo que estaba en la fila esperando su turno veía como yo, una sola personita, estaba ocupando una mesa para cuatro personas mientras ellos esperaban en la calle de pie.

3- Esperé más de 20 minutos a ser atendida. Y no, no fue por toda la gente que había. Después de hacer varias señas a un camarero, para que me viese, me explicó que no me había atendido todavía porque pensaba que esperaba a alguien que había ido al baño.

4- No dejé de mirar la pantalla del móvil ni por un minuto. Tenía que parecer que estaba haciendo algo. ¿Qué otra opción había? ¿Mirar al techo?

5- Me pedí una cerveza y un sandwich que devoré en 5 minutos. No era un sandwich pequeño precisamente pero solo podía comer y mirar el móvil.

6- Quise ir al baño y no fui. Tenía miedo de que pensaran que había dejado la mesa libre o que me había ido sin pagar.

7- El grupo de la mesa de al lado especuló sobre mí. La música no estaba tan alta y el barullo no era lo suficientemente fuerte como para no entender lo que hablaban las personas que estaban al lado de mi mesa. Pude escuchar un claro y definido «creo que le han dejado plantada».

Y este último punto realmente me impactó. Siempre había pensado que algo así solo era un cliché de las películas americanas de los 90 pero no: la gente aún no está acostumbrada a que una chica vaya sola a una cafetería a tomar algo un sábado por la tarde.

Creo que todo lo que podía salir mal en mi aventura salió mal y aun así volví muy orgullosa a casa y con ganas de repetir la experiencia. Porque tengo que aprender a ser consciente de que una persona puede tener familia, amigos o una pareja con la que salir a tomar algo pero a veces puede apetecerle ir solo y disfrutar de ese momento sin compañía.

Y si de paso ayudo a que la mesa de al lado también se dé cuenta, mucho mejor.

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